He tenido la suerte de tener un cuento que bien refleja el camino a la autoaceptación. A veces un perfeccionismo llevado al límite nos puede hacer llevar a tener sensación de fracaso en lo que hacemos. Si nos autoaceptamos y conocemos nuestras limitaciones tal vez, dejaremos de sufrir.
Los animales del bosque se dieron cuenta un día de que ninguno de ellos era el animal perfecto: los pájaros volaban muy bien, pero no nadaban ni escarbaban; el conejo era un estupendo corredor, pero no volaba ni sabia nadar…Y así todos los demás.
¿No habría una academia para mejorar la raza animal?
Dicho y hecho.
En la primera clase de carrera, el conejo fue una maravilla, y todos le dieron sobresaliente; pero en la clase de vuelo subieron al conejo a la rama de un árbol y le dijeron: ¡Vuela, conejo!. El animal saltó y se estrelló contra el suelo, con tan mala suerte que se rompió dos patas y fracasó también en el examen final de carrera.
El pájaro fue fantástico volando, pero le pidieron que excavara como el topo. Al hacerlo se lastimó las alas y el pico y, en adelante, tampoco pudo volar; con lo que ni aprobó la prueba de excavación ni en la de vuelo
Convenzámonos: un pez debe ser pez, un estupendo pez, un magnífico pez, pero no tiene por qué ser un pájaro.
Un hombre inteligente debe sacarle la punta a su inteligencia y no empeñarse en triunfar en deportes, en mecánica y en arte a la vez.
Una muchacha fea difícilmente llegará a ser bonita, pero puede ser simpática, buena y una mujer maravillosa…porque sólo cuando aprendamos a amar en serio lo que somos, seremos capaces de convertir lo que somos en una maravilla. El camino de la autoaceptación es el camino a sentirnos mejores con nosotros mismos.